4 mar 2016

Otro día más

            
            Estoy cansado, muy cansado. Entro en mi habitación a oscuras, sin preocuparme por encender la luz, ¿para qué hacerlo? Igual estaría todo oscuro sin importar la claridad a mi alrededor.
Dejo mi mochila en el suelo y voy a la sala de estar, con las luces también apagadas. Mis ojos se acostumbran a las sombras y me permiten distinguir mis pocos bienes; simples aparatos sin vida ni alma que esperan en silencio ser usados.
Me siento en el sofá y enciendo un cigarrillo.
Estoy cansado, muy cansado.
Otro día más de trabajo y otro día  en que una moneda cae en mi bolsillo para ser gastada con alguna factura. Otro día más en que me despierto a la misma hora, me preparo de igual forma y voy a mi trabajo a cumplir las mismas labores, para luego salir a la misma hora y regresar a casa para mañana repetir la rutina.
Eso es todo, esa es mi vida.
¿Eso es una vida?
La oscura habitación va acorde con mis pensamientos, tan faltos de brillo que me sorprende no ver lágrimas salir y resbalar por mis mejillas. En vez de eso, centro mi atención el humo que desprende mi cigarrillo; es libre y sin cadenas, naciendo sin rumbo aunque evaporándose en segundos. Mi cigarrillo, mi único placer.
Con pesadez me pongo de pie y abro las ventanas de mi sala que dan al estacionamiento. Sólo un poco, lo suficiente para dejar pasar la tenue luz de las farolas de la calle; las únicas que iluminan un poco mi apartamento, viendo luchar las sombras con ese nuevo invasor que intenta erradicarlas.
Afuera, los niños ríen jugando futbol con rocas como porterías; gritándose de vez en cuando alguna ofensa por una falta cometida. Las estrellas son opacas y no se dejan ver, o tal vez el resplandor de los edificios no les permiten lucirse. La luna está desaparecida, probablemente detrás de alguna nube. La noche está pesada, con el continuo silencio de quienes terminan su día para ir a dormir. Me acerco y puedo ver las ventanas de mis vecinos, a lo lejos, ocultas por cortinas que evitan las miradas ajenas, pero son inútiles, yo sé lo que ocurre tras ellas: Los adultos duermen, los niños juegan. Alguna pareja hace el amor antes de entregarse a Morfeo. Un niño juega con su consola debajo de las sabanas; otro hace lo mismo pero leyendo un libro, oculto, alumbrando con su celular. Padres ven televisión, madres acuestan a sus bebes. Alguien fuma y trata de relajarse, al igual que yo. Otro bebe y trata de olvidar. Adolescentes hablan, adolescentes se quejan. No hace falta tener poderes para saber lo que sucede tras paredes que vemos a diario, pues todas las vidas, en el fondo, son iguales, y ni el silencio de la noche o el bullicio del día pueden disimularlo.
Regreso a mi sofá y enciendo otro cigarrillo.
Carlos, mi mejor amigo, es un bastardo. Se irá del país hacia una mejor vida. Esto no tiene nada de malo por supuesto, pero esa venenosa envidia hizo su nido en mi pecho y ahí se quedó hasta el día de hoy, y ahí se seguirá mañana, pues saber que mi amigo tendrá la vida emocionante que yo quisiera, no alivia mis penas. ¿Alegrarme por él? Claro, pero dejémonos de hipocresías. Lo envidio.
Estoy cansado, de verdad. Pero también estoy aburrido.
Mi cigarrillo se extingue lentamente y me pierdo en su respiración. Cuando lo termine, iré a dormir y a continuar con lo debido, pero hasta entonces, quiero disfrutarlo en silencio.
Vaya vida.
Me recuerdo de niño: Ilusionado, feliz, con muchos planes; o tal vez no eran planes, sino fantasías que me elevaban y me hacían ver mi futuro con optimismo, pero en cada año, y en cada cumpleaños, la vela del pastel se hizo cada vez más débil hasta apagarse, como todas mis ideas.
Recuerdo con nostalgia las tardes enteras dibujando. Creando historias en las que podía escapar de la monotonía, introducirme en escenarios exóticos lejos de las torres de cemento y las paredes grises de mi alcoba. Yo tenía talento, creo. Dibujaba y dibujaba por horas toda clase de paisajes y personajes, cada uno más extravagante que el anterior, más divertido, más interesante. Jugaba con mis muñecos creyendo que eran mis propias creaciones y hacía realidad, por lo menos en mi imaginación, aquellas fantasías que nacían en una hoja en blanco, una hoja de papel. Si afuera estaba soleado, yo jugaba con mis amigos. Si afuera llovía, yo jugaba con mi creatividad. No necesitaba nada más.
Pero la vida fue simplemente vida y sin pedirme permiso continuó su rumbo. La economía no me tomó en cuenta al impedirme estudiar animación y lanzarme a las calles a conseguir trabajo, como una mula de dos patas, atrapado en la sociedad.
Adiós a las aventuras.
Tal vez el problema principal no sea no haber tenido la vida que deseo, sino no poder hacer lo que deseo con mi vida.
Mi teléfono esta en mi mochila hasta el tope de números y contactos con los que hablar produce una ligera satisfacción efímera, una atracción, pero poco más. Mi cama ha sido testigo de mujeres bellas que han pasado por ella gritando mi nombre; pero yo no recuerdo el nombre de ellas.
Tengo un diccionario que no incluye la palabra pasión. Esa hoja se perdió hace mucho.
Mi problema no es ser un inadapto en la vida, sino haberme acostumbrado a ella.
Miro a los niños y entiendo sus sonrisas. Para ellos todo es nuevo, emocionante, excitante; un misterio esperando a ser descubierto, una aventura esperando a ser vivida. Para nosotros, los hombres mayores y – según dicen. – maduros, ya no hay nada que nos despierte una nueva sensación. Ya vivimos todo, o al menos casi todo, y no hay tierras nuevas por descubrir. No hace falta vernos en el espejo y preguntarnos qué es lo que sentimos, pues ya lo sabemos. Todo lo sabemos.
Nuestro mayor error es acostumbrarnos a la vida.
Cuando vemos un truco de magia por primera vez, nos sorprendemos; cuando lo vemos por segunda vez, nos reímos; y a la tercera vez no existe el encanto. Así es la vida misma.
Así es mi vida.
Pasar años luchando por conseguir y mantener un trabajo que odiarás hasta que te jubiles, cuando ya serás muy mayor para hacer lo que alguna vez soñaste, pues incluso tu cuerpo te exigirá descanso.
Recuerdo mi primer beso, mi primer amor, mi primera relación sexual, mi primer trabajo, mi primer día de clases. La vida es eso: Un recuerdo. Somos nuestros recuerdos, y los míos están vacíos.
Mi apartamento sigue oscuro y en silencio, como la noche por la madrugada. Las farolas siguen siendo mi única y pequeña fuente de luz para no ser atrapado por las sombras y consumido por su peso.
Suspiro. Este es solo otro día.
¿De qué sirve que el año tenga 365 días si ni la mitad son especiales? Ni importantes. Podría contar con los dedos de una mano los días que en este año han valido la pena.
¿Apreciar los pequeños detalles? Bah, eso es como querer obligarte a ser feliz.
Los niños en la calle son los únicos en recordarme que aún sigo perteneciendo a un mundo, con sus risas y peleas. Me recuerdan que aun soy parte de un todo que a la vez es nada.
Mi cigarrillo pierde fuerzas, se agota y finalmente muere en mis manos, su humo es solo un recuerdo ya.
Me levanto del sofá, dejo el cigarrillo en el cenicero y voy a mi habitación. La mochila sigue donde la dejé. Me desvisto sin preocuparme por bañarme, ya mañana lo haré, o pasado mañana, o la semana siguiente. No hay diferencia.
Me acuesto en la cama, no sin antes colocar la alarma a la misma hora de siempre. Cierro los ojos y por un segundo me imagino flotando en un mar infinito, siendo rescatado por uno de mis antiguos personajes. Sonrío como un niño. Como ese niño que alguna vez fui. Como ese niño que aun soy… Basta de tonterías, hora de dormir.

Mañana tengo otro día más

6 comentarios:

  1. Oh, el tedio, qué difícil enemigo por vencer.

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  2. La monotonía es un veneno mortal, pero aun mas lo es la falta de inspiración para superarla. Alguna vez, viví tu texto!

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  3. Triste realidad por la cual muchos pasamos... que muchos sin duda alguna están pasando...
    P.D. Si puedes cámbiale el color a los comentarios, no se ven XD

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    1. Y que muchos siempre pasaran...
      PD: Sí, ya estoy pensando en nuevos arreglos al blog xD

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