Estoy cansado, muy cansado. Entro en mi habitación a
oscuras, sin preocuparme por encender la luz, ¿para qué hacerlo? Igual estaría
todo oscuro sin importar la claridad a mi alrededor.
Dejo mi mochila en el suelo y voy a la sala de
estar, con las luces también apagadas. Mis ojos se acostumbran a las sombras y
me permiten distinguir mis pocos bienes; simples aparatos sin vida ni alma que
esperan en silencio ser usados.
Me siento en el sofá y enciendo un cigarrillo.
Estoy cansado, muy cansado.
Otro día más de trabajo y otro día en que una moneda cae en mi bolsillo para ser
gastada con alguna factura. Otro día más en que me despierto a la misma hora,
me preparo de igual forma y voy a mi trabajo a cumplir las mismas labores, para
luego salir a la misma hora y regresar a casa para mañana repetir la rutina.
Eso es todo, esa es mi vida.
¿Eso es una vida?
La oscura habitación va acorde con mis pensamientos,
tan faltos de brillo que me sorprende no ver lágrimas salir y resbalar por mis
mejillas. En vez de eso, centro mi atención el humo que desprende mi cigarrillo;
es libre y sin cadenas, naciendo sin rumbo aunque evaporándose en segundos. Mi
cigarrillo, mi único placer.
Con pesadez me pongo de pie y abro las ventanas de
mi sala que dan al estacionamiento. Sólo un poco, lo suficiente para dejar
pasar la tenue luz de las farolas de la calle; las únicas que iluminan un poco
mi apartamento, viendo luchar las sombras con ese nuevo invasor que intenta
erradicarlas.
Afuera, los niños ríen jugando futbol con rocas como
porterías; gritándose de vez en cuando alguna ofensa por una falta cometida.
Las estrellas son opacas y no se dejan ver, o tal vez el resplandor de los
edificios no les permiten lucirse. La luna está desaparecida, probablemente
detrás de alguna nube. La noche está pesada, con el continuo silencio de
quienes terminan su día para ir a dormir. Me acerco y puedo ver las ventanas de
mis vecinos, a lo lejos, ocultas por cortinas que evitan las miradas ajenas,
pero son inútiles, yo sé lo que ocurre tras ellas: Los adultos duermen, los
niños juegan. Alguna pareja hace el amor antes de entregarse a Morfeo. Un niño
juega con su consola debajo de las sabanas; otro hace lo mismo pero leyendo un
libro, oculto, alumbrando con su celular. Padres ven televisión, madres
acuestan a sus bebes. Alguien fuma y trata de relajarse, al igual que yo. Otro
bebe y trata de olvidar. Adolescentes hablan, adolescentes se quejan. No hace
falta tener poderes para saber lo que sucede tras paredes que vemos a diario,
pues todas las vidas, en el fondo, son iguales, y ni el silencio de la noche o
el bullicio del día pueden disimularlo.
Regreso a mi sofá y enciendo otro cigarrillo.
Carlos, mi mejor amigo, es un bastardo. Se irá del
país hacia una mejor vida. Esto no tiene nada de malo por supuesto, pero esa
venenosa envidia hizo su nido en mi pecho y ahí se quedó hasta el día de hoy, y
ahí se seguirá mañana, pues saber que mi amigo tendrá la vida emocionante que
yo quisiera, no alivia mis penas. ¿Alegrarme por él? Claro, pero dejémonos de hipocresías.
Lo envidio.
Estoy cansado, de verdad. Pero también estoy
aburrido.
Mi cigarrillo se extingue lentamente y me pierdo en
su respiración. Cuando lo termine, iré a dormir y a continuar con lo debido,
pero hasta entonces, quiero disfrutarlo en silencio.
Vaya vida.
Me recuerdo de niño: Ilusionado, feliz, con muchos
planes; o tal vez no eran planes, sino fantasías que me elevaban y me hacían
ver mi futuro con optimismo, pero en cada año, y en cada cumpleaños, la vela
del pastel se hizo cada vez más débil hasta apagarse, como todas mis ideas.
Recuerdo con nostalgia las tardes enteras dibujando.
Creando historias en las que podía escapar de la monotonía, introducirme en
escenarios exóticos lejos de las torres de cemento y las paredes grises de mi
alcoba. Yo tenía talento, creo. Dibujaba y dibujaba por horas toda clase de
paisajes y personajes, cada uno más extravagante que el anterior, más
divertido, más interesante. Jugaba con mis muñecos creyendo que eran mis
propias creaciones y hacía realidad, por lo menos en mi imaginación, aquellas fantasías
que nacían en una hoja en blanco, una hoja de papel. Si afuera estaba soleado,
yo jugaba con mis amigos. Si afuera llovía, yo jugaba con mi creatividad. No
necesitaba nada más.
Pero la vida fue simplemente vida y
sin pedirme permiso continuó su rumbo. La economía no me tomó en cuenta al
impedirme estudiar animación y lanzarme a las calles a conseguir trabajo, como
una mula de dos patas, atrapado en la sociedad.
Adiós a las aventuras.
Tal vez el problema principal no sea no haber tenido
la vida que deseo, sino no poder hacer lo que deseo con mi vida.
Mi teléfono esta en mi mochila hasta el tope de números
y contactos con los que hablar produce una ligera satisfacción efímera, una
atracción, pero poco más. Mi cama ha sido testigo de mujeres bellas que han
pasado por ella gritando mi nombre; pero yo no recuerdo el nombre de ellas.
Tengo un diccionario que no incluye la palabra
pasión. Esa hoja se perdió hace mucho.
Mi problema no es ser un inadapto en la vida, sino
haberme acostumbrado a ella.
Miro a los niños y entiendo sus sonrisas. Para ellos
todo es nuevo, emocionante, excitante; un misterio esperando a ser descubierto,
una aventura esperando a ser vivida. Para nosotros, los hombres mayores y –
según dicen. – maduros, ya no hay nada que nos despierte una nueva sensación.
Ya vivimos todo, o al menos casi todo, y no hay tierras nuevas por descubrir.
No hace falta vernos en el espejo y preguntarnos qué es lo que sentimos, pues
ya lo sabemos. Todo lo sabemos.
Nuestro mayor error es acostumbrarnos a la vida.
Cuando vemos un truco de magia por primera vez, nos
sorprendemos; cuando lo vemos por segunda vez, nos reímos; y a la tercera vez
no existe el encanto. Así es la vida misma.
Así es mi vida.
Pasar años luchando por conseguir y mantener un
trabajo que odiarás hasta que te jubiles, cuando ya serás muy mayor para hacer
lo que alguna vez soñaste, pues incluso tu cuerpo te exigirá descanso.
Recuerdo mi primer beso, mi primer amor, mi primera
relación sexual, mi primer trabajo, mi primer día de clases. La vida es eso: Un
recuerdo. Somos nuestros recuerdos, y los míos están vacíos.
Mi apartamento sigue oscuro y en silencio, como la
noche por la madrugada. Las farolas siguen siendo mi única y pequeña fuente de
luz para no ser atrapado por las sombras y consumido por su peso.
Suspiro. Este es solo otro día.
¿De qué sirve que el año tenga 365 días si ni la
mitad son especiales? Ni importantes. Podría contar con los dedos de una mano los
días que en este año han valido la pena.
¿Apreciar los pequeños detalles? Bah, eso es como
querer obligarte a ser feliz.
Los niños en la calle son los únicos en recordarme
que aún sigo perteneciendo a un mundo, con sus risas y peleas. Me recuerdan que
aun soy parte de un todo que a la vez es nada.
Mi cigarrillo pierde fuerzas, se agota y finalmente
muere en mis manos, su humo es solo un recuerdo ya.
Me levanto del sofá, dejo el cigarrillo en el
cenicero y voy a mi habitación. La mochila sigue donde la dejé. Me desvisto sin
preocuparme por bañarme, ya mañana lo haré, o pasado mañana, o la semana
siguiente. No hay diferencia.
Me acuesto en la cama, no sin antes colocar la
alarma a la misma hora de siempre. Cierro los ojos y por un segundo me imagino
flotando en un mar infinito, siendo rescatado por uno de mis antiguos
personajes. Sonrío como un niño. Como ese niño que alguna vez fui. Como ese
niño que aun soy… Basta de tonterías, hora de dormir.
Mañana tengo otro día más
Oh, el tedio, qué difícil enemigo por vencer.
ResponderBorrarPor eso se debe vivir buscando siempre algo más
BorrarLa monotonía es un veneno mortal, pero aun mas lo es la falta de inspiración para superarla. Alguna vez, viví tu texto!
ResponderBorrarQue bueno que lo superaras, no todos lo hacen
BorrarTriste realidad por la cual muchos pasamos... que muchos sin duda alguna están pasando...
ResponderBorrarP.D. Si puedes cámbiale el color a los comentarios, no se ven XD
Y que muchos siempre pasaran...
BorrarPD: Sí, ya estoy pensando en nuevos arreglos al blog xD