Ayer me vi
Ayer
me vi caminando por la acera. La infancia me hacía suyo; un pequeño niño
deambulando por el camino. Estaba ajeno a todo lo que le rodeaba; manos en el
bolsillo, audífonos en los oídos. Caminaba sin ver en dirección a la parada,
recién salido de la escuela.
Quise
seguirme pero estaba inseguro; indeciso de si avanzar o dejarlo partir a su
destino. No podía dejar de verlo. Su cabello crispado, sus ojos verdes, sus
brazos cortos y delgados. Tan indefenso con el mundo que lo rodeaba. Tan solo…
Quería
hablarle. No sabría por dónde comenzar de tanto que quería decirle. Quería
sentarme a su lado y entablar una conversación que no olvidara jamás; ser el
primero en estrecharle la mano. Oleadas de palabras se me ocurrían y dudaba que
tuviera tiempo suficiente para que las escuchara todas.
Quería
decirle que no estaba solo aunque así se sintiera; que me tenía a mí, que se
tenía a sí mismo y eso era lo más importante. Por más que se sintiera desolado,
la compañía de su sombra no lo abandonaría y a ella debía aferrarse. Su mejor
amigo debía ser su reflejo.
Quería
decirle que no tuviera miedo del miedo, que confiara en él. Que una vez
encontrada su pasión, la abrace como se abraza a una amante y no la suelte por
más que el suelo tiemble. Debía decirle que confiara en su talento, en sus
habilidades, y luchara ferozmente por mejorar sin permitir que nadie lo hiciera
dudar. Escoger su destino como quien escoge el tren a seguir, sin rendirse, sin
doblegarse. Aprender a ser intransigente. Escribir como si no hubiese un
mañana, pues será entre letras donde purificará su alma. Ahí es donde hallará
fuerza y motivación. Es entre letras donde sentirá por primera vez lo que es la
pasión.
Deseaba
sentarme a su lado y que escucháramos juntos la misma música, que la cantáramos
para relatarle que, pasara lo que pasara, no debía quitarse los audífonos. Que
escuche cada canción como si fuera un llamado del cielo; que las recite a todo
pulmón, que las aprenda al revés y al derecho. Esas canciones serían la cobija
en noches frías; maestros sabios que lo guiarían cuando estuviera perdido. Sería
en la música donde encontraría esos referentes que su familia no le ofrece.
Hombres admirables que comparten sus ideales. Ellos le darán esperanza.
Quería
hablarle de esos errores que cometería; esos fallos imperdonables. Le esperaban
tantas caídas, tantos tropiezos… Necesitaba colocarle la mano en el hombro y
decirle que no se dejara derrumbar, que se mantuviera fuerte. Que no hay hombre
existente sin equivocaciones y de las suyas saldría adelante. Todo estaría
bien. Debe aprender que el dolor será terrible y angustioso, que dudará de
todo; se sentirá un fracasado por demasiados amaneceres y esa imagen adjudicada
por cuenta propia se apoderaría de él, pero no podía permitirlo. Quería
aconsejarle que se mantuviera firme cuando el cielo se cayera, que protegiera
sus alas para que volara cuando lo deseara. Que al final, lo importante es
seguir volando. No es un mediocre, jamás lo ha sido y jamás lo será; sin
importar lo que le diga quienes lo rodean.
Tenía
que hablarle de sus dudas, de sus temores; enseñarle que la grandeza está a su
alcance pero debe buscarla, porque no vendrá sola. Debe ser consecuente,
buscar una meta y lanzarle hacía ella
sin tener miedo de no lograrlo. Él no lo sabe, nadie se lo ha dicho, pero es
capaz de grandes cosas que con el tiempo demostrará. Aprenderá que la grandeza
es mental, es espiritual, y puede ir
tras ella pues es tan digno como cualquiera. La sabiduría es un tesoro lejano
que siempre estará buscando y jamás sabrá cuando la encuentre. Mientras camina
se cuestiona todo: amor, religión, odio, perdón, amistad, estudios, trabajo.
Demasiadas preguntas para un niño que no tiene a quien preguntarle. Pasará
muchas noches sin dormir hablándole a las paredes, escuchando una voz interna respondiéndole.
Quería
decirle que es uno más, no uno menos.
Vale
más llorar en los brazos de tu madre que a solas en la habitación; y respecto a
ellos debía decirles que los perdonara por sus errores, porque ellos siempre lo
perdonarían. Tal vez no sean los padres perfectos, pero él no es el hijo
perfecto y se tienen el uno al otro; que los escuche pero sin perder el
criterio propio, pues incluso ellos pueden errar. Pero sobre todo, que les
hablara, que les contara sus fantasías y añoranzas en cada oportunidad; que les
abrazara y bromeara con ellos buscando siempre una sonrisa. Sin importar que su
padre le respondiera con el silencio, sin importar que su madre le regañase
tanto. Debí haberme sentado a su lado y decirle que se acercara a ellos, que no
permitiera crear la distancia entre padres e hijos pues eso lo condenaría. Y sin olvidar a sus hermanas… quería decirles
que ellas están tan perdidas como él, y el hecho de que sea el hijo menor no lo
hace mudo de opiniones. Que les hable a sus hermanas, que las ayude cuando
pueda. Tal vez así logré marcar una diferencia en sus vidas y ellas en las
suya; en vez de un silencio crepuscular al pasar uno al lado del otro por el
pasillo del apartamento. Su familia siempre será problemática. Su padre le
gritará que fue un error haberlo tenido; su madre llorará preguntándose en que
falló como para que él fuera como es. Esas heridas no sanarán, pero puede
volverse lo suficientemente fuerte para aguantar el peso. Puede seguir amándolos.
Debía
informarle que algún día un ángel se le aparecerá en forma de amiga y ella
sería la primera en prestarle atención, la primera en escuchar lo que tuviera
que decir; una personita muy especial, a veces algo difícil de llevar, pero la
primera en querer saber el porqué de silencio; la primera en preguntarle “¿Estás
bien?”. Detalle que él le agradecerá toda su vida. Después llegarían otros
también dispuestos a hacerlo. Debe abrir su corazón y dejar que entren,
quitarse la armadura y permitirse conectar con otras personas. Nadie se lo ha
contado, pero allá fuera hay muchas personas buenas y él puede conocerlas.
Pagarles su amistad con lealtad, con ayuda; y sin importar cuantos lo
traicionen o le fallen, mantenerse fiel a sus ideales. No dejar que arruinen su
visión del mundo donde podemos ser algo más que simples egoístas.
Debe
preocuparse más por sí mismo pero sin olvidar a los demás.
El
niño se subió a un autobús y yo lo seguí. Me senté unos asientos por detrás y
le presté atención. Él observaba a todos los pasajeros, a todos los transeúntes
de la calle; los estudiaba preguntándose cómo serían sus vidas. ¿Serán felices?
¿Se puede ser feliz? Me hubiese gustado sentarme a su lado y decirle que sí,
pero solo por momentos. Él seguía observando
con expresión sería ocultando unos pensamientos demasiados complicados
para un niño; enigmas que no podía resolver. Alguien debía decirle que más vale
una sonrisa que un ceño fruncido. Que un día puede ser bueno si desde el
comienzo te propones que así sea. Todo es cuestión de actitud, de deseo, de la
forma en que veas el mundo; y la suya, su visión, era demasiada oscura. Quise
decirle que pensara de otro modo, que la vida puede ser mejor de lo que parece;
ofrece más de lo que muestra.
Debía
advertirle de todo lo que estaba por pasar. En el futuro perdería personas;
algunas se irían arrastradas por la muerte, otras por su propio pie. Ninguna
volvería. Y a él le dolería, le dolería muchísimo. Quería decirle que ese dolor
no sería eterno, que volvería a contar chistes sin sentido y a jugar con su
imaginación. Necesitaba saber que no siempre sería su culpa; muchas veces el
destino sería quien le quitara a esos seres, otras sería la naturaleza humana,
esa que él no entiende. Debía decirle que las personas que se van caminando y
no vuelven son las que no lo merecen, son las que no lo aprecian; pero habrá
otros que le darán su justo lugar.
Debí
advertirle de lo decepcionado que se sentiría de sí mismo, y de la decepción
que brillaría en los ojos de sus padres; pero él no es tan mal chico como cree.
Tiene mucho para dar pero no lo sabe y
por ello no se esfuerza. Se limita a vivir, a existir y dejar que los fallos
sean quienes lo guie, sin tomar decisiones o dar pasos hacia adelante. No es un
inútil, como cree. Tiene talentos, tiene sueños, y tiene una gran inteligencia
que debe desarrollar.
Quería
decirle que abrazara a sus hermanas, que abrazara a sus amigos, que abrazara a
su familia siempre que lo necesitase; que deje de reprimirse y de suplicar en
silencio el contacto de terceros. Sé que implora el calor de los “te quiero”
que nunca ha escuchado y de los que dudará en futuro.
Quería
decirle que perdone siempre que su bondad se lo permita, y que pida perdón
aunque el orgullo intente detenerlo.
Nunca
debe dar un paso atrás a la hora de ayudar a un amigo. Nunca debe dar un paso
atrás cuando quiera defender lo que piensa.
Debe
preocuparse por ser único; tal vez nunca lo consiga, pero el hecho de que lo
intente ya lo hace especial.
Quería
aconsejarle que fuera valiente, que fuera sincero. Dirá muchas mentiras y luego
se arrepentirá de cada una de ellas. Se sentirá sucio y rastrero, pero siempre
puede cambiarlo si coloca en su boca la sinceridad.
Quería
decirle que, en el espejo, se viera a los ojos y no a la cicatrices.
Quería
decirle que siempre tendría preguntas, pero el hecho de buscar las respuestas
es lo que hace la vida interesante.
Que
no dejara de creer en el amor, aunque este lo lastimara. Que lo siguiera
buscando pues algún día lo encontrará.
Lo
veo ahí sentado y me pregunto como nadie más puede notar su soledad.
Tiene
muchas historias en la cabeza. Fantasías infantiles convertidas en maravillosas
creaciones que lo hacen elevarse a su propio mundo cuando el resto de la
existencia le aburre. Debe tener cuidado con eso, porque muchas veces las
fantasías lo alejaran de la realidad.. Él aún no sabe que muchos de esos sueños
puede hacerlos verdad con el suficiente empeño.
Le aconsejaría que robara todos los besos que pueda cuando se le
presente la oportunidad, o se arrepentiría después. Que no tema demostrar sus
sentimientos, que no oculte los “te quiero” en sus dedos. Que diga tantos “Te
amo” como le nazcan.
Quisiera
abrazarlo; hace mucho tiempo que nadie lo hace y él lo necesita. Se pregunta
quien lloraría si su nombre estuviera en un la lápida. ¿Alguien derramaría una
lágrima si la muerte lo alcanzara? Probablemente no, o al menos eso es lo que
piensa. No sabe que un niño tan pequeño debería pensar en la vida y no en la
muerte. Quiere saber quién lo quiere y cuánto. Pensó en preguntárselo a su mamá
y lo intentó, pero en el último momento se arrepintió con el nudo en la
garganta y regresó corriendo a encerrarse en su cuarto quedándose con la duda.
Quisiera
darle todos estos consejos porque sé que nadie más se lo dará. Muchos le
gritarán y lo insultarán como si se lo hubieran enseñado, pero no; él tendrá
que aprenderlos todos solo y para ello requerirá muchos años. Experiencias como
balas, una tras otra y apenas visibles; demasiadas para su gusto. Momentos
buenos y momentos malos; momentos vacíos que son los peores porque nada duele más
que una historia sin moraleja.
Quiero
sujetarlo por los hombros, mirarlo a los ojos y decirle lo orgulloso que estoy
él; nadie se lo ha dicho nunca y eso lo está matando. Ansia escucharlo; no lo
dice, no lo comenta, pero sueña con ese momento. Cree que si no se lo dicen es porque no lo
merece. Lo que si le dicen es que debe cambiar, que debe ser mejor; pero no le
explican cómo. Le gritan que todo lo que hace está mal, pero nadie le explica
cómo hacerlo bien. Él quiere mejorar, de verdad; quiere superarse, pero no
conoce el camino. Nadie lo guía. Empieza a creer que no hay uno. Quisiera
decirle que no existe uno, sino varios, cientos, millones, y que él puede
escoger el que le plazca siempre y cuando no se desvíe.
Se
baja del autobús y yo me bajo con él. Lo sigo y me detengo el pie del edificio.
Él entra y desaparece por las escaleras. Lo conozco lo suficiente para saber
que entrará sin saludar a su familia y se meterá en su cuarto donde seguirá
escuchando música hasta que llegue la noche y el sueño lo atrape. Quisiera
decirle que despierte; la vida se vive con los ojos abiertos.
Me
siento mal por no haberle dicho nada, pero en cierto modo, no estoy preocupado.
Lo conozco, se dónde está y a dónde irá. La va a tener difícil en algunas
ocasiones, y cometerá tantos errores que no los puedo contar. Vivirá
experiencias para las que no está preparado. Llorará, gritará, pero también
reirá. Confió en él. Aún no lo sabe, pero es fuerte, muy fuerte; va a resistir
todo lo que se le venga encima. Tiene un corazón muy grande y perdonará a todos
los que lo lastimen; jamás se dejará dominar por el odio. Es muy inteligente;
será un buen consejero y encontrará
respuestas que lo tendrán más tranquilo.
Será un buen amigo y muchos le pagaran con la misma moneda. Ganará el respeto de muchos y la admiración
de pocos. La soledad y el fracaso
seguirán ahí acechándolo, queriendo devolverlo a su reino, pero él les plantara
cara; usando escudo y espada las enfrentará, a veces ganará y otras perderá,
pero siempre combatiendo. En el fondo es un guerrero que enviaron a la batalla
con una espada pero sin enseñarle como usarla. No importa, el aprenderá a punta
de puñaladas, de cortes y golpes en el pecho. Como sea, pero aprenderá.
Ese
niño es un buen niño y algún día será un gran hombre.
Confío
en él aunque nadie más lo haga. Será de esos pocos que se atreven a enfrentar sus
demonios. Un mal día se despertará una mañana y dirá “basta”. Un mal día
despertará diciendo “Es mi turno de hablar.”
Le
aconsejo a quien me lea, que se aprenda su nombre: John Molina; él se asegurará
de que el mundo lo conozca. Paso a paso creará un legado.
Está
triste, perdido, solo. Pero al final, de
algo estoy muy seguro: Estará bien.
Estoy
orgulloso de él.
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